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En 1975 publicó Carta a un niño que no llegó a nacer, un libro sobre la experiencia personal de un embarazo y un aborto, su primer auténtico best seller mundial. En 1979 concluyó Un hombre, dedicado a la historia de su compañero sentimental Alekos Panagulis, héroe de la resistencia griega contra la dictadura, fallecido el 1 de mayo de 1976 en un oportuno accidente de automóvil cuando estaba a punto de dar a conocer pruebas sobre la complicidad de varios políticos del nuevo sistema democrático con el régimen de los coroneles.

Cubrió como enviada especial numerosos conflictos bélicos, pero las entrevistas seguían siendo su especialidad, y la realizada en 1978 al ayatolá Jomeini reavivó su leyenda: a diferencia de otros periodistas occidentales, que veían en el clérigo chií una alternativa razonable a la dictadura del sah, Fallaci se le enfrentó y criticó sus opiniones sobre las mujeres.

Inshallah (1990), sobre la guerra de Líbano, fue una incursión en el terreno de la novela que dejó traslucir con claridad su antagonismo respecto a algunas organizaciones musulmanas, en especial la OLP. Siguió una fase de relativo silencio, marcada por su traslado a Nueva York. En 2001, Fallaci reapareció con virulencia. Tras los atentados del 11 de septiembre escribió un vehemente artículo para el Corriere en el que denunciaba el fanatismo islámico y lo comparaba con el nazismo. De ese artículo nació La rabia y el orgullo (2001). Aparecieron luego La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma,ambos en 2004.

Sobre el significado de esas tres obras, en realidad una trilogía, escribió ella misma después de los atentados de 2005 en Londres: "Hace ya cuatro años que hablo de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto de la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa, sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su ceguera, con su humillación ante el enemigo está cavando su propia tumba".

Fallaci estaba ya muy enferma y vivía como una reclusa en su apartamento de Manhattan. No respondía al teléfono y sólo abría la puerta a su hermana y su sobrino. Ambos revelaron que la escritora y periodista temía que la asesinaran. Quiso ser recibida por el papa Benedicto XVI antes de morir y éste le concedió una audiencia privada el 27 de agosto de 2005. No trascendió nada de lo hablado. Fallaci siguió definiéndose como "cristiana atea" y dispuso en el testamento que sus exequias fúnebres fueran laicas y estrictamente privadas. El Papa se sumó ayer al coro de tributos hacia la escritora: el Vaticano hizo saber que Benedicto XVI rezó por ella.

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